Como
hoy es Sant Jordi he pensado que lo mejor era mostraros el relato con
el que gané los premios literarios de mi instituto el año pasado,
el día 23 de Abril de 2015, también el día de Sant Jordi. El
relato se llama La sonrisa del maniquí. Espero
que lo disfrutéis!
La
sonrisa del maniquí
El
otoño ya está acabando. Las hojas de un verde intenso han pasado en
poco tiempo a un amarillo más tosco hasta desvanecerse completamente
de sus ramas. El invierno pasado, frío y seco, es el inicio de esta
historia que solamente permanecerá en mis recuerdos.
Invierno
de 1947.
La
gran guerra había dejado en nuestras calles una huella que
permanecería hasta el fin de los tiempos. Ahora el miedo se había
desvanecido, o empezaba a hacerlo. La gente rica reía por las
calles, como si nada hubiera pasado, mostrando ante el mundo esa
nueva costura que había nacido a principios de los 40. Los pobres,
sin embargo, paseaban en silencio, mostrando los huesos ante una
sociedad de clases injusta e indiferente. Las mujeres ricas llevaban
prendas inimaginables, largos vestidos y escotes profundos que
dejaban sus hombros al descubierto. Ahora ellas eran el centro de
todas las miradas. Las tiendas abrían sus puertas con grandes
sonrisas, mostrando al mundo esa gran costura que solo las más ricas
podrían comprar, junto a bellas joyas y otros accesorios de lujo. De
otro lado, el Plan Marshall estaba empezando a dar sus frutos en
muchos países, pues los americanos temían que la gente escuchara
los ideales comunistas de la Unión Soviética, reconstruyendo las
grises ciudades que permanecían en silencio después de tanta
represión y maltrato. España, sin embargo, quedo fuera de este plan
ya que era una dictadura, y no era capaz de desenvolverse y
evolucionar, ni hacer frente a las nuevas tecnologías. Así pues, se
intentaba que cualquier rasgo del nazismo alemán e italiano
desapareciese.
Por aquel entonces yo seguía trabajando en el mundo de la baja costura, soñando en poder pisar alguna vez algún desfile de moda en París, ir a ver una bella película de la época, bailar las nuevas canciones junto a un buen hombre, que poseyera todo aquello que siempre había deseado, y beber junto a él miles de copas de champagne mientras la noche caía a nuestras espaldas, dejándonos ante una tímida pero pasional intimidad.
─Tiene
usted talento señorita, que lástima que sus vestidos no se adapten
a las nuevas modas, si lo hiciera tendría usted un gran trabajo en
el mundillo de la alta costura. ─Decían las mujeres enjoyadas
hipócritamente, sabiendo que debido a mi pobreza nunca nadie
apostaría por mi costura.
Las mujeres hablaban del mayor desfile de moda que se celebraría en París, para presentar las nuevas prendas de couturiers famosos que habían ido ganando fama gracias a sus extravagantes prendas. Dior, Chanel, Versace, Elsa Schiaparell, Jeanne Lanvin, Madeleine Vionnet... eran algunos de los nombres que habían llegado a mis oídos. Muchos de esos diseñadores habían tenido éxito ya que las jóvenes estaban hartas de tener que ir tapadas como monjas, querían ser libres y mostrar sus preciosos cuerpos a unos hombres que babeaban ante la novedad.
Las mujeres hablaban del mayor desfile de moda que se celebraría en París, para presentar las nuevas prendas de couturiers famosos que habían ido ganando fama gracias a sus extravagantes prendas. Dior, Chanel, Versace, Elsa Schiaparell, Jeanne Lanvin, Madeleine Vionnet... eran algunos de los nombres que habían llegado a mis oídos. Muchos de esos diseñadores habían tenido éxito ya que las jóvenes estaban hartas de tener que ir tapadas como monjas, querían ser libres y mostrar sus preciosos cuerpos a unos hombres que babeaban ante la novedad.
Una
tarde de 1947, mientras yacía en mi pequeño rincón del mundo de la
moda, apareció un niño descalzo que miraba las prendas con asombro.
Tenía en las manos un dulce rojo que chupaba con la misma pasión
con la que miraba las prendas. Pasaban las horas y el niño
permanecía parado delante del escaparate mientras tarareaba una nana
en francés. Me acerqué a él y le pregunté donde estaban sus
padres, si tenía hermanos, qué hacía en la calle con ese frío...
El niño no comprendía mis palabras, y seguía tarareando la nana
mientras la noche iba cayendo. Como vi que nadie se acercaba, me tomé
la libertad de entrar el niño al taller y cuidarlo durante la noche.
Puede que fuera mi instinto maternal o altruista, pero no podía
dejar ese pequeñín solo en en la calle por la noche. Le di una
rebanada de pan y patatas para que cenara un poco, ya que estaba
prácticamente en los huesos, y lo acosté en mi cama. Recuerdo, aún,
esa noche con mucha ternura, sus manos pequeñas y frías abrazaban
las mantas que le puse para que no pasara frío, su sueño era
profundo y acompasado pero a su vez iba diciendo unas palabras en
francés que no podía comprender.
Me
di cuenta que ese niño estaba completamente solo, así que todo y
mis problemas económicos por la falta de clientes en la tienda,
decidí adoptarlo en secreto. Le puse un nuevo nombre, o quizá el
primero, ya que nunca llegué a saber sus verdaderas raíces u
origen. Ahora Max sería su nombre, y me ayudaría en la boutique, le
enseñaría a cortar y a coser, a ordenar las prendas y sobretodo a
hablar español, pues para mi era imposible aprender francés a mis
treinta y dos años.
Los
primeros meses fueron realmente maravillosos, Max y yo eramos
inseparables, y además el pequeño había desarrollado a la
perfección sus capacidades como ayudante en mi taller. Me sentía
muy afortunada de poder compartir con él todos los momentos de mi
vida, una vida que había dejado escapar prácticamente ya que hasta
aquel entonces nunca había conocido un hombre que me hiciera mujer.
Eso desgraciadamente un día cambió.
Una
noche del mismo año, encontré a Max jugando con un arma. Me volví
loca al instante, le quité el “juguete” y le obligue a contarme
quien o quienes se lo habían dado. Él asustado tartamudeo que fue
un hombre mayor, que le prometió que volvería a por él para pasar
juntos buenos ratos. Asombrada, me pregunté si se trataría de su
padre. Así que esa noche me quedé con Max a esperar que el hombre
extraño acudiera a la tienda. Nadie entró en toda la noche, ni en
los días que siguieron, hasta que un día, mientras estaba en la
estación de Renfe esperando a que mi hermano me trajera nuevas telas
para poder hacer nuevos trajes, un hombre se acercó a mi y me
cuchicheo en la oreja. Sus toscas palabras me dejaron helada, el
hombre estaba dispuesto a llevarse a mi pequeño, solo para poder
saciar su apetito sexual. Ese hombre se había obsesionado con Max.
Le grite que ni se atreviera a acercarse a él, porque estaba
dispuesta a todo, pero el hombre solo se reía, pues era un viejo
rico que con solo un chasquido de dedos podía tener con él todo lo
que quisiera. Corrí desesperada hasta encontrar a Max y le pregunté
si ese hombre le había hecho algo a lo que Max respondió que no,
que solamente le había dado caramelos y la pistola.
Esos
días fueron agotadores, no era capaz de dormir por miedo a que el
viejo se acercara a mí para quitarme lo que más quería. Sin
embargo, un día las cosas se torcieron por completo y mi vida se
convirtió en una auténtica pesadilla.
Mientras
volvía a la estación para recoger nuevas telas parisienses, un
hombre con una gabardina oscura me agarró con fuerza y me arrastró
por las solitarias calles de la ciudad. Mis rodillas no podían parar
de sangrar y mi respiración se torcía por momentos. Intentaba hacer
fuerza para deshacerme de ese matón pero no fui capaz. Yo sabía que
tenía algo que ver con ese vejestorio que había intentado intimar
con Max, tenía el presentimiento que mientras yo estaba ahí
luchando por mi vida, mi pequeño estaba luchando por la suya. El
hombre me llevó a un callejón sin salida, y me empezó a desgarrar
el vestido con un cuchillo. Fue desabrochando botón a botón mis
ropas, hasta que sus manos tocaron mis carnes. Eso me repudiaba pero
a su vez sentía un extraño placer que nunca antes había sentido mi
cuerpo. El hombre me besaba con dureza y fue bajando hasta quitarme
mis prendas más íntimas. Se deshizo de esas y empezó a jadear
mientras gozaba de una pasión sexual irrefrenable. Yo estaba
completamente paralizada, inmóvil, no podía gritar ni golpear a ese
hombre. Cuando acabó, me dejó allí tirada, con el cuerpo lleno de
golpes y sangre, de cicatrices que nunca llegarían a desvanecerse.
Max
me buscó por toda la ciudad y al final me encontró. Sus ropas
también estaban desgarradas, y su cuerpo estaba lleno de moratones.
Nos miramos con lágrimas en los ojos y supimos que ambos habíamos
sido violados. Lo arropé junto a mi y juré que vengaría nuestra
suerte.
Días
después volví al taller a tejer con amargura. Miraba esas tijeras y
esas ropas que nunca llegarían a ningún desfile. Miraba a Max,
quien había dejado de hablar desde que ese viejo acabó con toda su
inocencia. Mi cabeza daba vueltas locamente y solo tenía en mente la
sed de venganza, un sentimiento insano que nunca antes había
experimentado. Entró en la tienda una mujer que no paraba de mirar
las ropas con soberbia y como si fuera un títere controlado por el
demonio, me dirigí a esa mujer y le clave las tijeras en la cabeza,
apreté con fuerza y la mujer cayó al suelo con un golpe seco. Lo
que sentí después no fue culpa sino éxtasis. Cogí a la mujer ya
muerta y empecé a medir su cuerpo. Max me miraba en silencio,
aprobando mis acciones sin pronunciar palabra. Dibujé el cuerpo de
la mujer y empecé a diseñar nuevas prendas, que llenaba de perlas y
otras joyas que le había arrancado mientras agonizaba en el suelo.
Expuse las originales prendas en mi nuevo maniquí, que no fue otro
que la mujer ya muerta. Le había quitado todo el olor y había
despellejado y cosido a la perfección su cuerpo. Y así, como si del
diablo se tratara, cree nuevas ropas con cada una de las mujeres que
entraban a mi pequeño taller, las despellejaba y Max me ayudaba a
limpiar. El taller fue obteniendo cada vez más fama ya que ahora las
prendas parecían de alta costura. Yo esperaba con ansias que llegará
él, para poder vengar lo que le hizo a Max, y como por arte de
magia, el viejo rico entró en el taller con una gran sonrisa, como
si nada hubiera pasado. Cogí las tijeras e hice maravillas con esa
sonrisa, a la que llamé la sonrisa del maniquí. Max acabó el
trabajo cortando sus genitales.
Nadie
nunca supo quien acabó con todas esas víctimas, la gente admiraba
mi alta costura en los desfiles de París. ¿Loca, psicópata, el
demonio? Son muchas las palabras que podrían definirme, pero solo en
mi interior y en el de Max hay guardado el más importante secreto
del Demonio que aún se ríe en las pasarelas de París, con una
sonrisa oscura y sepulcral.
Atentamente,
Mad girl.